Desde muy temprana edad manifiesta una gran afición y facilidad para el dibujo. En 1946 su familia se traslada a San Sebastián por
un año y al regresar a Madrid su maestro le recomienda trabajar con el maestro Daniel Vázquez Díaz, quien le aceptará como
discípulo después de ver sus cuadros.
Decidido a ser pintor, deja sus estudios para dedicarse por entero a la praxis artística.
En 1955 pinta sus primeras obras abstractas, donde se aprecia fácilmente la influencia que Miró ejerce sobre el joven Canogar.
Participa en la muestra antológica del Ateneo de Madrid, en la XXVIII Bienal de Venecia, donde Luis Felipe Vivanco presenta el
pabellón español que por primera vez acoge un pequeño grupo de pintores abstractos españoles. En 1967 avanza un paso más en su
evolución. La madera y el poliéster, reforzado con fibra de vidrio, son ahora la base de su trabajo y sus imágenes urbanas adquieren una tercera dimensión.